Una lamentable pero certera descripción.
La política como espectáculo, la militancia como refugio del mediocre.
Todo espectador es un cobarde o un traidor.
Lo que vivimos en el cierre de listas bonaerense no es solo una muestra de desorganización. Es una muestra de degradación moral. Lo que alguna vez fue política como herramienta de transformación, hoy es un espectáculo patético de egos, vanidades y ambiciones mezquinas. La militancia, que nació para organizar al pueblo, se ha transformado en una carrera de supervivencia para no volver a laburar. Y la dirigencia intermedia, en un ejército de acomodados con miedo a quedarse afuera de la foto.
La política dejó de ser servicio. Dejó de ser sacrificio. Dejó de ser doctrina y organización. Hoy es la escena teatral donde muchos hacen de “peronistas” para ver si les toca un carguito, una dirección, una banca, un contrato, un lugar en la lista. Si no hay lugar, se indignan. Pero no por el pueblo, sino por quedar excluidos del reparto. Y eso es lo más grave: la indignación ya no es moral, es material.
Detrás de cada discurso grandilocuente sobre la unidad, la Patria o la conducción, se esconde un miedo pavoroso a tener que salir a laburar de otra cosa. Porque la verdad es esa: muchos de los que se dicen cuadros, referentes o militantes, no durarían una semana en una fábrica, en una escuela o en un tren. Han hecho de la política un medio de vida, no una herramienta de lucha. Y en ese camino, usan a la gente como excusa, como base electoral, como masa de maniobra.
Por eso el pueblo está solo. Porque la política se volvió un espejo de sí misma. Una casta de “compañeros profesionales” que juegan a representar al pueblo pero no saben lo que es el pueblo. No pisan el barro. No bajan del auto. No militan más que para sostener sus lugares. Y lo peor: han naturalizado esta decadencia. Han hecho de la miseria una estrategia, del cinismo una virtud.
¿Y la militancia de base? ¿Y los compañeros que sí laburan todos los días, que sí organizan, que sí saben lo que se sufre? La mayoría mira en silencio. Algunos se hartaron y se fueron. Otros siguen, por costumbre, por lealtad mal entendida o por miedo. Pero hay que decirlo: el silencio también es complicidad.
Conrado Cargnel




